Las empresas serán sostenibles o no serán

La noción de sostenibilidad, entendida como el equilibrio entre el cuidado del medio ambiente, el bienestar social y el crecimiento económico, a fin satisfacer las necesidades actuales sin comprometer el futuro de las próximas generaciones, tiene su origen en un informe elaborado en 1987 por la ONU, titulado Nuestro futuro común. Si bien el concepto tiene clara inspiración medioambiental, aplica también a las empresas. A fin de cuentas, estas operan con recursos que no  son ilimitados y en su actividad pueden generar impactos indeseables no sólo desde el punto de vista medioambiental, sino también económico y social.

Mucho han cambiado las cosas desde que Milton Friedman dijera, en un célebre artículo publicado en The New York Times Magazine en 1970, que la verdadera responsabilidad social de los empresarios es aumentar sus ganancias. Hoy esa afirmación es inadmisible. De hecho, en las últimas décadas se ha producido una marcada evolución en el pensamiento económico que ha llevado a las empresas a interiorizar la sostenibilidad como imperativo de comportamiento y, con ello, a asumir el deber de satisfacer exigencias sociales y ambientales ineludibles.

Esa evolución se expresa hoy en una nueva narrativa. Según el influyente Foro Económico Mundial, “el propósito de una empresa es involucrar a todos sus grupos de interés en la creación de valor compartido y sostenido. Al crear dicho valor, una empresa sirve no solo a sus accionistas, sino a todas sus partes interesadas: empleados, clientes, proveedores, comunidades locales y la sociedad en general” (Manifiesto de Davos 2020). Es lo que ha venido en llamarse “capitalismo de stakeholders”.  

Las empresas deben abordar estos temas hoy con criterio estratégico, dado que su mal manejo entraña riesgos importantes. Son muchos las empresas que han tenido que sortear verdaderas crisis reputacionales por incumplir los nuevos estándares sociales y ambientales. En este sentido, son muy conocidos los casos de gigantes corporativos como VW o Nike.

De hecho, las empresas están cada vez bajo un mayor escrutinio por parte de consumidores, proveedores, trabajadores y, por supuesto, reguladores. Sirva de ejemplo una  propuesta de Directiva de la Unión Europea, de abril de 2021, sobre información de las empresas en materia de sostenibilidad, que obliga a informar sobre cuestiones ecológicas, de diversidad, de derechos humanos y de buen gobierno. La norma será de aplicación a las cuentas del próximo año.

Pero al tiempo que las empresas deben sortear esos riesgos, la sostenibilidad también trae importantes oportunidades de negocio, que pueden ser aprovechadas por aquellas empresas que sepan desenvolverse en este nuevo terreno de juego. Hoy las cuestiones medioambientales, sociales y de buen gobierno (ESG, por sus siglas en inglés) cobran cada vez mayor importancia para los grandes inversores. No por casualidad la icónica empresa de gestión de inversiones norteamericana BlackRock, en su Informe de Perspectivas de Inversión para 2021, afirma preferir los activos sostenibles, en vista de una creciente inclinación social por la sostenibilidad. Ello los lleva a decir que en materia de inversiones estamos en presencia de “un desplazamiento tectónico hacia los activos sostenibles que se desarrollará durante varias décadas”[1].

En la misma línea argumental, conviene que las empresas asuman que la sostenibilidad aplicada hacia lo interno también puede ser muy conveniente, en tanto que genera mayores niveles de compromiso de los colaboradores, menor rotación de personal, baja incidencia de conflictos e incrementos de productividad. 

En el Centro de Sostenibilidad y Liderazgo Responsable del IESA, escuela de gerencia latinoamericana con presencia en Venezuela, Panamá y República Dominicana, queremos contribuir a que las empresas transiten, de mejor manera, el necesario proceso de transformación que deben acometer para adaptarse a las nuevas demandas sociales, económicas y ambientales asociadas a la sostenibilidad.