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‘Un futuro poco despejado’: los riesgos que enfrenta Colombia para su economía en 2025

Primero, la buena noticia: durante 2025, la economía colombiana debería mostrar una dinámica superior a la del año que termina. La gran mayoría de los expertos coincide en que el mayor crecimiento previsto estará relacionado con una mejora de la demanda de los hogares y un desempeño aceptable de la inversión en un contexto de tasas de interés a la baja.

Segundo, tales pronósticos vienen acompañados de múltiples mensajes de cautela. El motivo es que hay una serie de riesgos al alza a los cuales es obligatorio prestarles atención para no llevarse sorpresas desagradables. Y esas amenazas se perfilan tanto en el frente externo como en el interno, por lo cual no hay otra opción que subir la guardia.

Semejante combinación de anhelos y alertas sugiere que los meses que vienen serán agitados en materia económica. Por tal motivo, quienes saben de estas cosas aconsejan apretarse los cinturones con miras a la travesía, pues el viaje apunta a ser turbulento.

Debido a ello, hay que ir más allá de un par de pronósticos, sin desconocerlos del todo. Por ejemplo, unos días atrás, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) sostuvo que la expansión del Producto Interno Bruto del país pasaría de una tasa del 1,8 por ciento en 2024 a 2,6 por ciento en el calendario que viene. Tras un bienio de estar por debajo del promedio regional, volveríamos a ubicarnos ligeramente por encima.

Algo en el mismo sentido con diferencias que se miden en décimas de punto porcentual es lo que piensan entidades multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Por su parte, la Ocde señaló en su momento que “el consumo privado se mantendrá sólido, apoyado por la desinflación, la relajación de la política monetaria y remesas significativas”.

Planeta complejo

Si esos organismos parecen tan seguros en sus apuestas, ¿por qué los temores? La respuesta parte de un entorno global muy complejo, en el cual las tensiones geopolíticas persisten.

La lista es conocida: guerra sin fin a la vista en Ucrania, empeoramiento de la situación en el Medio Oriente tras lo ocurrido en Siria, señales inquietantes de China hacia sus vecinos en el Pacífico, emergencias humanitarias en Gaza o Sudán, a las cuales se suman los tropiezos internos de Francia o Alemania que afectan la cohesión de la Unión Europea, justo cuando Vladimir Putin parece redoblar su apuesta.

Pero lo que causa más ceños fruncidos es el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Si en 2017 pocos les creyeron inicialmente a las bravuconadas del magnate, ahora la mayoría lo toma en serio cuando anuncia medidas para restringir las importaciones que llegan a su país y amenaza a sus principales socios comerciales.

No hay duda de que el líder republicano vuelve “recargado” a la presidencia de Estados Unidos por cuenta de una amplia victoria electoral y tras asegurar la mayoría de su partido en el Congreso. Ambos elementos le dan una especie de cheque en blanco con el que pretenderá alterar el equilibrio del sistema de pesos y contrapesos de origen constitucional, además de redefinir el papel de su país en el concierto mundial.

Más proteccionismo, combinado con un eventual rebote de la inflación y una política monetaria que busque ponerles tatequieto a los precios a punta de intereses más altos, acaba siendo un escenario factible con ramificaciones en las más diversas latitudes. Un dólar más fuerte implicará una devaluación mayor, combinada con costos de financiamiento más elevados y posibles restricciones para ciertos renglones exportadores que le interesan a Colombia.

Y a lo anterior se agrega la nueva cara del Tío Sam hacia Latinoamérica, que no parece ser muy cordial. Basta registrar lo dicho respecto al Canal de Panamá en los últimos días o la designación de Marco Rubio en el departamento de Estado y de Mauricio Claver-Carone como enviado especial a las Américas para concluir que la confrontación y no la cooperación caracterizarán la actitud estadounidense en los años por venir.

Dentro de ese escenario, Washington usará su “gran garrote”, ya sea para ponerle talanqueras más efectivas a la inmigración ilegal o para conseguir mejores resultados en la lucha contra las drogas ilícitas. Esto incluirá instrumentos mucho más explícitos que la presión diplomática o las promesas de ayuda, como pueden ser restricciones de tipo comercial, financiero o turístico.

Además, está el tema de las deportaciones masivas de personas que están en condición irregular, la gran mayoría de origen hispano. Aun si las expulsiones acaban siendo una fracción de los más de diez millones de individuos que se han mencionado, el impacto de un arribo intempestivo de connacionales a sus lugares de origen causará traumatismos de diverso orden.

Uno sería el flujo de remesas, que este año superarían los 160.000 millones de dólares a la región y cuyos principales aportantes son quienes trabajan en Estados Unidos. En el caso colombiano, estas representan la segunda fuente más importante de divisas, después de la venta de hidrocarburos.

Falta ver, por supuesto, qué tanto de lo que se afirma o insinúa acaba convirtiéndose en realidad. Aquellos que llegaron a ver el programa de televisión El aprendiz recuerdan a un Trump que negociaba muy duro, simplemente para “ablandar” a sus contrincantes y obtener concesiones que a veces eran aceptables.

Debido a ello, no todo lo que el próximo inquilino de la Casa Blanca diga hay que tomarlo de manera literal. Pero pensar que las épocas del diálogo constructivo y los logros de beneficios mutuos apuntan a quedar atrás suena como algo muy posible.

Por eso lo ideal sería no caer en las provocaciones, que muy probablemente tendrán como objetivo los Gobiernos democráticos de izquierda. Brasil y México se encuentran en máxima alerta, entre otras cosas, porque sus desequilibrios internos los hacen vulnerables, como lo muestra la reciente descolgada del real frente al dólar. Colombia, que tampoco las tiene todas consigo, está obligada a actuar con cabeza fría para no crearse problemas innecesarios.

De puertas para adentro

El motivo es que la economía nacional se parece a esos enfermos cuyos signos vitales empiezan a mejorar, pero a los cuales hay que cuidar para evitar una recaída. Es verdad que en 2024 las cosas acabaron siendo un poco mejores de lo que se pensaba en enero, pues tanto el crecimiento terminó estando por encima de los cálculos iniciales, como la inflación redujo su ritmo de forma notoria.

Aparte de esos logros, el desempleo también disminuyó, al igual que el déficit externo, que unos años atrás llegó a ser muy elevado. Sectores como la agricultura sacaron la cara, por cuenta –entre otras– de la buena marcha del café, cuya producción subió casi un 20 por ciento en medio de una bonanza de cotizaciones internacionales.

Ante esa evolución, los técnicos, comenzando por los del Banco de la República, llegaron a hablar de un futuro más holgado. Puesto de manera simple, la expectativa era que cierta tranquilidad en la marcha de los precios permitiría que el Emisor bajara las tasas de interés, lo cual abarataría el crédito e impulsaría la demanda interna. Lograr un crecimiento cercano al tres por ciento anual en 2025 no sonaba descabellado hasta hace poco.

Sin embargo, de unas semanas, para acá, el viento empezó a cambiar de dirección. Desde el ámbito político, nunca llegó la moderación de la retórica gubernamental que unos cuantos esperaban, ni mucho menos la firma del gran acuerdo nacional que habría permitido la construcción de consensos.

Si algo marcó el final de las sesiones legislativas en la tercera semana de diciembre, es que la distancia entre Ejecutivo y Congreso es cada vez más grande. Lejos de tender puentes, la Casa de Nariño elevó sus ataques, con lo cual queda en entredicho el paso de varias de sus reformas bandera.

No hay duda de que la prueba inicial del rompimiento se dio durante la discusión del proyecto de ley que buscaba definir el presupuesto nacional de 2025. Por primera vez en la historia republicana reciente, la falta de acuerdo en las cámaras condujo a una situación inédita como la expedición de la norma por decreto.

Detrás de la medida se encuentra además un dolor de cabeza mayúsculo, como es el gran deterioro de las finanzas públicas. La combinación de un desplome de los ingresos estatales y un mayor apetito de gasto hará que el déficit este año supere con creces al del 2023 y que la administración Petro pueda llegar a incumplir el límite establecido por la regla fiscal.

Incluso si –a punta de eliminar partidas a última hora– el Ministerio de Hacienda consigue cuadrar las cuentas del ejercicio actual, lo que sigue es todavía más difícil. Numerosos técnicos han insistido en que los recaudos del año que viene están inflados, por lo cual habría que hacer un tijeretazo de decenas de billones de pesos desde ya para sincerar las cifras y enviar un parte de tranquilidad.

Semejante petición se encuentra con un Presidente que cuestiona la ortodoxia, justo cuando la campaña electoral calienta motores. Hacer que triunfe la austeridad mientras el Pacto Histórico busca mantenerse en el poder –lo cual exige responder a las expectativas del electorado– será una labor titánica.

Aparte de lo anterior, están las crisis que se insinúan y amenazan con poner en problemas a la economía. El listado lo encabeza la salud que, en un caso extremo, comprometería a millones de usuarios y amenazaría con crear una cascada de impagos entre los eslabones de la cadena, que podría extenderse a otros renglones.

No menos importante es lo que pasa con la energía. Por una parte, el país dejó de ser plenamente autosuficiente en gas natural, con lo cual deberá importar parte de sus necesidades a precios que llegan a cuadruplicar los internos. Establecer cómo se distribuyen las cargas no será fácil y menos dentro de un marco institucional debilitado.

Más desafiante todavía es la adecuada provisión de electricidad, pues el margen entre capacidad existente de generación y demanda es cada vez más estrecho. Una sequía prolongada o el daño de una planta podrían obligar a hacer cortes de luz, con secuelas negativas sobre la producción, el consumo y el bienestar social.

Puede ser menos notorio, pero al interior del sector existe un creciente desbarajuste que afecta los segmentos de producción, distribución y comercialización de kilovatios. La intervención de Air-e en la Costa Atlántica arriesga con convertirse en la primera ficha de un dominó que cae y puede tumbar a otras más. Todo ello mientras el Gobierno está empeñado en bajar tarifas, con lo cual varios proyectos de inversión se encuentran en veremos.

Por último, aparece ahora la subida del salario mínimo en una proporción de tal magnitud que fue criticada por los especialistas. Jugar con la estabilidad de los precios y el empleo formal para recibir los aplausos de un sector de los trabajadores es una apuesta que compromete la senda de la reactivación.

Al igual que con la salud o la energía, aquí las réplicas de un eventual sismo harían mucho daño en el campo económico. Ese es el motivo por el cual aumentan de tono los llamados a las autoridades encargadas para que abran bien los ojos y operen con responsabilidad en medio de las vicisitudes.

A fin de cuentas, no se trata de crear preocupaciones innecesarias, sino de reconocer que las incertidumbres están a la orden del día, tanto en el plano internacional como doméstico. De hecho, Colombia podría darse por bien servida si los pronósticos como el de la Cepal se cumplen y logramos crecer más mientras la inflación se mantiene a raya.

“Año nuevo, vida nueva”, dice la canción que vuelve a sonar en estos días. Pero una vez pasa la euforia de las doce campanadas, los problemas vuelven a ser los mismos y hay que enfrentarlos. Solo así la economía colombiana evitará una resaca por cuenta de lo que pudo ser y no fue.