IV Edición: Recursos energéticos & mineros

Las peores consecuencias del fútbol americano no se ven por televisión

Tan solo unos momentos antes, el safety o profundo que lleva un par de años en los Bills de Búfalo había tacleado a Tee Higgins de los Bengalíes de Cincinnati, lo cual produjo un choque violento entre su pecho y el casco de Higgins. Los cardiólogos han especulado que el golpe pudo desencadenar una conmoción cardiaca, una afección inusual que puede ocurrir cuando la pared torácica recibe un impacto durante un momento breve y vulnerable en el ciclo del latido, lo cual puede hacer que el corazón pierda el ritmo. El progreso de Hamlin ha sido notable, pero la condición puede ser mortal.

El episodio ha centrado la atención internacional en los peligros físicos del fútbol americano y muchos padres se preguntan de nuevo si deberían dejar jugar a sus hijos y algunos aficionados se han cuestionado si es ético el apoyar a este deporte.

Como exjugador de fútbol americano universitario y neurocientífico que durante los últimos 20 años ha pugnado por una mejor protección de los deportistas, me alientan las muestras de apoyo para Hamlin, un jugador talentoso y un modelo a seguir, y para su familia.

No obstante, por alarmante que haya sido su lesión, el aterrador incidente acarrea un riesgo secundario: está centrando la atención en un caso atípico único y dramático en vez de en las enfermedades crónicas que representan por mucho el mayor peligro para los jugadores.

Según el Registro Nacional de Conmociones Cardiacas de Estados Unidos, se calcula que se producen entre 15 y 20 casos al año a nivel nacional, normalmente en deportes como el béisbol o el hockey, cuando un proyectil que avanza a gran velocidad golpea un pecho desprotegido. En el fútbol americano, donde los jugadores llevan muchas capas protectoras, un suceso como este es tan raro en la NFL que es probable que no vuelva a ocurrir en nuestras vidas. Mientras tanto, las cardiopatías crónicas y los efectos a largo plazo de las lesiones cerebrales traumáticas han privado a innumerables jugadores de su salud, su felicidad e incluso su vida, pero no reciben la misma atención médica o cultural porque ocurren lejos de las cámaras.

Horas antes de ese partido del lunes, me enteré de que el exliniero ofensivo de la NFL Uche Nwaneri, titular en 92 partidos como escolta y centro de los Jaguares de Jacksonville, había muerto de un infarto a los 38 años. Uche y yo habíamos intercambiado mensajes en Twitter sobre nuestra preocupación en común relacionada con las conmociones y la encefalopatía traumática crónica (ETC). A Uche le había costado trabajo encontrar su siguiente pasión después del retiro, pero recientemente había ganado un público asiduo en YouTube, donde comentaba sobre el fútbol americano y la cultura pop y se hacía llamar Observant Lineman. Le sobreviven su esposa Michele y sus dos hijas pequeñas.

Casi todos los años mueren jóvenes exjugadores de la NFL, en su mayoría linieros, a causa de infartos o cardiopatías. Además de Uche, Shane Olivea murió en marzo a los 40 años. Max Tuerk, de 26 años, murió en 2020. Taylor Whitley, de 38 años, en 2018. Jeremy Nunley, de 46 años, en 2018. Nate Hobgood-Chittick, de 42 años, en 2017. Rodrick Monroe, de 40 años, en 2017. Ron Brace, de 29 años, en 2016. Quentin Groves, de 32 años, en 2016. Damion Cook, de 36 años, en 2015. Según un estudio de 2019 de la Universidad de Harvard, los jugadores de la NFL son 2,5 veces más propensos que los jugadores de las Grandes Ligas de Béisbol a que las causas subyacentes o contribuyentes de su muerte sean enfermedades cardiovasculares.

Los científicos creen que los jugadores de la NFL corren un mayor riesgo de sufrir cardiopatías debido al peso que ganan, aunque en su mayor parte sea músculo. Una vez que los jugadores se retiran, es extremadamente difícil perder el peso del fútbol americano, en parte debido al dolor crónico de las lesiones que sufrieron jugando. (Los jugadores de la NFL de entre 25 y 39 años tienen una tasa de artritis tres veces superior a la del público en general). Las muertes prematuras de estos hombres fueron una tragedia para sus seres queridos, amigos y antiguos compañeros de equipo, pero por lo general el público no se enteró.

Los trastornos neurológicos también son incómodamente usuales entre los exjugadores de la NFL. Uche me había invitado hace poco a su pódcast. Planeábamos hablar de cómo los jugadores de fútbol americano deberían interpretar los datos del estudio del Centro de ETC de la Universidad de Boston que muestran que alrededor del 90 por ciento de los más de 300 jugadores de la NFL del estudio que comenzó en 2008 han tenido ETC, una enfermedad neurodegenerativa que está vinculada con el desarrollo de la demencia y en parte la causan las repetidas lesiones cerebrales traumáticas. Aunque es poco probable que esos 300 jugadores de la NFL del estudio sean representativos de la población total de la NFL, otro análisis sugiere que la prevalencia mínima en los jugadores de la NFL es del 10 por ciento, más de diez veces la de la población general. Uche quería que se hicieran pruebas de ETC en su cerebro después de su muerte y su familia está cumpliendo su petición.

El daño neurológico a causa de los repetidos traumatismos craneoencefálicos puede estar detrás de los hallazgos relacionados con que los jugadores de la NFL sean tres veces más propensos a morir de esclerosis lateral amiotrófica y 3,5 veces más propensos a morir de Parkinson que los jugadores del Béisbol de las Grandes Ligas. Los certificados de defunción suelen subestimar la demencia, pero una encuesta publicada el año pasado reveló que los jugadores de la NFL de entre 50 y 59 años tienen diez veces más probabilidades de ser diagnosticados de demencia que la población general.

Los riesgos que sufren los jugadores de la NFL no se limitan a sus años en los equipos profesionales. El riesgo de ETC se determina en parte por la cantidad de tiempo que dure la carrera del jugador: mientras más tiempo alguien juegue fútbol americano, es más probable que sufra una mayor cantidad de impactos en la cabeza y lesiones cerebrales traumáticas y corra un riesgo mayor. Por lo tanto, este riesgo también lo comparten los jugadores de fútbol americano universitario, de bachillerato e incluso juveniles, pues todos están expuestos al riesgo, la gran mayoría sin ninguna ventaja económica y, en el caso de los niños, sin consentimiento informado.

Espero que la conversación sobre la seguridad en el fútbol americano que ha inspirado Damar Hamlin vuelva más seguro el juego para los jugadores jóvenes que lo consideran un héroe y quieren seguir sus pasos. También espero que el público se centre en lo que podemos influir, como la forma en que gestionamos los factores de riesgo de las cardiopatías y el momento en el que metemos a nuestros hijos en el fútbol americano con tacleadas. Según un estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés), los jugadores juveniles de fútbol americano con tacleadas reciben un promedio de 389 impactos en la cabeza por temporada. Tal vez deberíamos dejar de permitir golpes en las cabezas de los niños y presionar para que solo se juegue al fútbol americano con banderas antes del bachillerato. Y tal vez quienes se benefician de este deporte deberían empezar a asumir su responsabilidad. La NFL exige un promedio de 30 profesionales médicos en cada partido. Sin embargo, aunque los riesgos no terminan en el campo, la atención médica sí suele hacerlo.

Damar Hamlin merece cada ápice de nuestra atención, apoyo y respeto por haberse puesto en peligro para nuestro entretenimiento. Sigamos hablando de él, de su familia, de sus compañeros de equipo, de su ciudad y de los aficionados que lo han apoyado, además de todo lo positivo que ha inspirado y representa, incluido el valor de la vida… incluso de las partes de ella que no quedan captadas en cámara.

Fuente

NYTIMES