IV Edición: Recursos energéticos & mineros

La complejidad de lo simple: El "SECRETO" del siglo XXI

A lo largo de nuestra vida, hemos escuchado y leído hasta el cansancio que, para sentirnos plenos, debemos aprender a encontrar la magia en la simpleza de una puesta de sol. Esa afirmación es casi correcta, pero tiene una ligera imprecisión: Una puesta de sol puede ser todo, menos “simple”.

Lo vemos “simple” porque somos el equivalente a un cliente (interno o externo) que recibe un producto final, listo para ser utilizado o en este caso, ser disfrutado a través de nuestros sentidos.

A ver, pensemos en la cantidad de variables que deben haber coincidido para que la luz del sol sea percibida por nuestros ojos en ese momento, o para que la tierra gire sobre su eje mientras recorre su órbita solar para darnos la impresión de que el sol sale o se pone, o en los componentes necesarios en la atmósfera para lograr el efecto policromático de los rayos del sol en el cielo. Creo que con lo antes expuesto, estaremos de acuerdo en que “simple” no es el adjetivo más justo para describir algo tan profundo y complejo.

Trayendo este ejemplo al mundo de los negocios, encontramos como las empresas más exitosas de los últimos 20 años, han hecho de lo “simple” más que un credo, casi una religión. Han sabido llevar la simplificación del proceso de compra y consumo de bienes y servicios a un extremo tan alucinante que ya están anticipando nuestras decisiones y lo más intimidante de todo, lo que nos hace dar un paso atrás y repensar de vez en cuando si vamos en la dirección correcta: Están empezando a decidir por nosotros.

Pero no nos engañemos, detrás de esos íconos de colores atractivos y de esos diseños tan minimalistas como elegantes, se esconden (a plena vista) los más complejos e intrincados algoritmos. Millones de fórmulas matemáticas se calculan en fracciones de segundos para ayudar (o inducir) nuestro proceso de toma de decisiones hacia donde más le favorece al negocio con el que interactuamos.

¿Como ha sido esto posible?

Principalmente, porque esas empresas que hoy valen miles de millones de dólares entendieron cuando eran solo ideas en un garaje de algún suburbio estadounidense, que un producto final “simple” pero exitoso, no se logra sin un robusto marco conceptual, claridad en la manera de crear valor y una ejecución oportuna de cada una de las etapas del proyecto (porque hoy más que nunca, el tiempo es dinero). Estos tres pilares aportan la complejidad necesaria para asegurase de cubrir los inevitables imprevistos que trae consigo cada proyecto y poder alcanzar los objetivos. Para ser competitivos en la segunda década del siglo XXI y para ser más atractivos a inversionistas de otras latitudes que ya valoran nuestra privilegiada ubicación geográfica, es necesario fomentar en nuestras organizaciones y entidades (públicas y privadas), la simplificación de los procesos críticos sin comprometer su aporte en la cadena de creación de valor. Esto incrementará la agilidad en la toma de decisiones, hará a nuestras organizaciones más flexibles para adaptarse oportunamente a los cambios constantes del entorno y nos permitirá incorporar los aprendizajes a nuestro modelo de negocio en tiempo real, mejorando con esto último, nuestra capacidad de creación de valor.

...las empresas más exitosas de los últimos 20 años, han hecho de lo “simple” más que un credo, casi una religión.

 

¿Como se hace simple algo complejo?

Lo primero es tener claro que mientras más simple queramos hacer un proceso, más trabajo y conocimiento especializado requerirá inicialmente de aquellos que lo gestionan. Solo así podremos asegurar que, una vez simplificado, no se comprometa el aporte del proceso a la cadena de valor de la cual forma parte.

Lo segundo es alinear a los que gestionan los procesos en la dirección de la mejora continua, la flexibilidad del pensamiento y el autocuestionamiento constante. Preguntas como: ¿Es este paso realmente necesario?, ¿Cómo podemos eliminar los tiempos de espera o hacerlos productivos? … y la pregunta más importante en lo que respecta a nuestro tema: ¿Estamos haciendo las cosas de la manera más simple posible?

En la medida en que incluyamos la “simplicidad” como uno de nuestros criterios estratégicos, encontraremos cada vez más oportunidades de creación y captura de valor, porque veremos las oportunidades de una manera mucho más clara. Además, reduciremos el tiempo y aumentaremos la efectividad en el proceso de toma de decisiones y con esto podremos ajustar oportunamente nuestros procesos a los cambios del entorno … y por supuesto, al final del día nos quedará tiempo para disfrutar otra puesta de sol, mientras celebramos el éxito de un proyecto tras otro.

La complejidad de lo simple: El "SECRETO" del siglo XXI